UNA VERDAD ALTERNATIVA

CRÓNICAS DE LA TIERRA 3: LA GUERRA DE LOS DIOSES Y LOS HOMBRES






Como si no hubiera suficiente con las similitudes genealógicas y guerreras entre dioses griegos e hindúes, las tablillas descubiertas en los archivos reales hititas (en un lugar que, en la actualidad, recibe el nombre de Boghazkoi) contenían más relatos de la misma historia, la de la lucha por la supremacía entre los dioses a medida que se sucedían las generaciones.







 




 Los textos más extensos que se han descubierto trataban, como sería de esperar, de la deidad suprema hitita, Teshub; concretamente, de su genealogía, de sus legítimas pretensiones de controlar las regiones superiores de la Tierra, y de las batallas que el dios KUMARBI había lanzado contra él y contra sus descendientes. Al igual que en los relatos griegos y egipcios, el Vengador de Kumarbi se ocultaba con la ayuda de dioses aliados hasta que crecía, en algún lugar en una parte «oscura» de la Tierra. Las batallas finales tenían lugar en los cielos y en los mares; en una de esas batallas, Teshub recibía el respaldo de setenta dioses con sus carros.
Derrotado en un principio, y teniéndose que ocultar o exilar, Teshub se enfrentaba finalmente al que le había desafiado en un combate singular. Armado con el «Trueno-tormentador que dispersa las rocas a noventa estadios» y «el Relámpago de espantoso resplandor», ascendía hacia el cielo en su carro, tirado por dos Toros del Cielo dorados y plateados, y «desde los cielos puso la cara» hacia su enemigo. Aunque en las fragmentadas tablillas falta el final del relato, es evidente que Teshub salía finalmente victorioso.

¿Quiénes eran estos antiguos dioses que luchaban entre sí por la supremacía y buscaban el control de la Tierra enfrentando a unas naciones con otras?

Quizás podamos encontrar pistas importantes en los tratados con los que se terminaron algunas de estas guerras entabladas por los hombres para sus propios dioses.

Cuando egipcios e hititas hicieron la paz después de más de dos siglos de guerras, se selló con el matrimonio de la hija del rey hitita Hattusilish III con el faraón egipcio Ramsés II. El faraón registró el acontecimiento en una estela conmemorativa que situó en Karnak, en Elefantina cerca de Asuán y en Abú Simbel.

Al describir el viaje y la llegada de la princesa a Egipto, la inscripción cuenta que, cuando,
«Su Majestad vio que era tan hermosa de rostro como una diosa», se enamoró de ella y la consideró «algo precioso que le había concedido el dios Ptah» y una señal del reconocimiento hitita de su «victoria».
Lo que todas estas maniobras diplomáticas suponían se aclara en otras partes de la inscripción: trece años antes, Hattusilish le había enviado al faraón el texto de un Tratado de Paz, pero Ramsés II, dándole vueltas aún a su casi fatídica experiencia en la batalla de Kadesh, lo ignoró.
«El gran Jefe de Hatti siguió escribiendo año tras año para aplacar a Su Majestad, pero el Rey Ramsés no prestaba atención».
Por fin, el Rey de Hatti, en vez de enviar mensajes inscritos en tablillas, «envió a su hija mayor, precedida de un precioso tributo» y acompañada por nobles hititas. Preguntándose lo que significarían todos aquellos regalos, Ramsés envió una escolta egipcia a su encuentro para que acompañara a los hititas. Y, tal como se explica más arriba, sucumbió a la belleza de la princesa, la convirtió en reina y la llamó Maat-Neferu-Ra («La Belleza Que Ve Ra»).

Nuestros conocimientos de la historia y de la antigüedad también sacan provecho de ese amor a primera vista, pues el faraón aceptó entonces aquel insistente Tratado de Paz, y pasó a plasmarlo por escrito también en Karnak, no lejos de donde había conmemorado el relato de la Batalla de Kadesh y el de la Hermosa Princesa Hitita.
Los egiptólogos han descubierto, descifrado y traducido dos copias, una casi completa y otra fragmentaria. De modo que no sólo tenemos el texto completo del Tratado, sino que también sabemos que el rey hitita escribió el tratado en lengua acadia, que, por aquél entonces, era el idioma de las relaciones internacionales (como lo fue el francés hace un siglo).

Al faraón se le envió una copia del original acadio escrito en una tablilla de plata, que la inscripción egipcia de Karnak describe así:
Lo que está en medio de la tablilla de plata, en la parte frontal: Figuras consistentes en una imagen de Set, abrazando a una imagen del Gran Príncipe de Hatti, rodeadas por un borde con las palabras «el sello de Set, soberano del cielo; el sello de la regulación que Hattusilish hizo»...

Lo que hay dentro de lo que rodea la imagen del sello de Set por el otro lado:

Figuras consistentes en una imagen femenina de la diosa de Hatti abrazando a una imagen femenina de la Princesa de Hatti, rodeadas por un borde con las palabras «el sello del Ra de la ciudad de Arinna, el señor de la tierra»...

Lo que está dentro de [el marco] que rodea a las figuras: el sello de Ra de Arinna, el señor de toda tierra.
En los archivos reales hititas, los arqueólogos han descubierto de hecho unos sellos reales en donde se ve a la principal deidad hitita abrazando al rey hitita (Fig. 17), exactamente como se describe en los registros egipcios, incluso con la inscripción que rodea el borde del sello. Contra todo pronóstico, el mismo original del tratado, inscrito en acadio en dos tablillas, se encontró también en estos archivos.
Pero los textos hititas llaman a su principal deidad Teshub, no «Set de Hatti». Dado que Teshub significaba «Tormenta Ventosa», y Set (a juzgar por su nombre griego, Tifón) significaba «Viento Feroz», da la impresión de que egipcios e hititas tenían emparejados sus panteones de acuerdo con los epítetos de sus dioses. 

Sinopsis y resumen íntegro en fuente original en:

 
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